Recomendaciones para que tenga garantizado uno de los mejores viajes de su vida.
Aún logro escuchar los cánticos musulmanes que llaman a la oración, aún siento en la boca el dulzor de la baklava y el amargo del té, aún llega hasta mí el olor tostado de las castañas que invade las calles céntricas de Estambul. Basta cerrar los ojos para revivir las imágenes de los bazares, los palacios y las mezquitas, con sus gentíos, sus bullicios y sus tesoros.
Visitar Estambul es una experiencia que impacta todos los sentidos y se queda para siempre en nuestra memoria. La ciudad turca es tan rica en su cultura y arquitectura, tan poderosa en las vivencias que ofrece y tan impactante por sus olores, colores y sabores que nos deja llenos de anécdotas para contar.
Tiene el enorme privilegio de dividir su territorio entre Asia y Europa, y solo eso la convierte en una de las metrópolis más interesantes por su pasado y por su presente. El estrecho del Bósforo se encarga de demarcar las tierras que quedan a un lado o al otro y que se extienden entre el mar de Mármara y el mar Negro. Un sinfín de paisajes para nunca olvidar.
Una semana se queda corta para descubrir los tesoros y los secretos de esta ciudad de 15 millones de habitantes, una de las más pobladas del mundo. Caminarla hasta el cansancio y descubrir siempre una calle nueva, un palacio, una mezquita o un bazar es la mejor manera de quedarse con un trozo de este terruño que a cada paso cuenta historias de los imperios romano-bizantino, latino y otomano; y en donde hoy conviven musulmanes (la mayoría), cristianos y judíos.
- Perderse en Sultanahmet
El barrio de Sultanahmet es el más antiguo de Estambul, data del año 2000 antes de Cristo. Hoy, se puede decir, es un museo al aire libre, por eso conviene destinarle muchas horas, las que más pueda, para perderse en sus callejones y detenerse ante sus muchos patrimonios de la humanidad.
Un buen punto de partida es la plaza Sultanahmet Meydanı (Plaza Sultán Ahmet), el antiguo hipódromo que fue el centro deportivo y social de Constantinopla, nombre que tenía Estambul en épocas del Imperio bizantino. Hoy es un bulevar por donde se puede pasear y ver dos obeliscos, el de Teodosio y el de Constantino, construidos con bloques de piedra.
La enorme plaza es la antesala para encontrarse con dos maravillas de esta ciudad: la mezquita Azul, un gran monumento al que se puede acceder cuando no están en momento de oración (los hombres deben ir de pantalón y las mujeres, con los hombros cubiertos y con un pañuelo en la cabeza). Antes de entrar, admire su tamaño y vea los seis minaretes (torres); ya adentro, aprecie los mosaicos azules y las variadas figuras que forman.
Al frente de la mezquita y atravesando una fuente está el Museo de Santa Sofía, que es el gran ícono de esta ciudad. Impactante por su tamaño y colorido y, como no, por la riqueza de sus historias que relatan buena parte del pasado de esta ciudad.
Caminar por sus bóvedas y pasillos permite descubrir obras, íconos y paredes que hablan de los tiempos en que, la también conocida como Aya Sophia, fue construida como basílica patriarcal ortodoxa (en el año 360 hasta 1453), en el periodo otomano; luego, convertida en mezquita musulmana (de 1453 a 1931) y finalmente, en un museo desde 1935.
No se puede ir de Sultanahmet sin visitar la cisterna basílica Yerebatan Sarnici. Construida por el emperador bizantino Justiniano (527), es llamada el Palacio Sumergido por su majestuosidad y por sus enormes columnas de mármol talladas en su interior. Actualmente no tiene agua, pues está en mantenimiento, lo cual es un pesar porque el líquido es parte de su magia y encanto. Aun así vale la pena entrar y recorrer lo que otrora fue el acueducto que almacenó hasta 100.000 toneladas de agua. Llaman la atención dos gigantescas cabezas de Medusa de las cuales no se sabe con exactitud su origen.
Clave: Será un gran acierto alojarse en uno de los hoteles que hay en este barrio, pues allí deberá pasar buena parte del tiempo. Desde allí podrá tomar el sistema público de transporte, que es muy económico y efectivo, para visitar las otras zonas de la ciudad como Taksim, corazón de la moderna Estambul. Encontrará hoteles antiguos y algunos modernos, pero todos pequeños, porque esta zona no admite grandes construcciones.
- El mejor atardecer
Hacer comparaciones puede resultar odioso. Pero en mi memoria de atardeceres, los de Estambul ocupan el primer puesto. Ver caer el sol rojo y esconderse detrás de los minaretes de las mezquitas o de las fachadas de los palacios es una imagen para nunca olvidar. Naranjas y rojizos se posan sobre Estambul y le dan un toque místico.
Mejor aún si navega justo a esa hora por el Bósforo para ver las sombras de la ciudad bañadas de colores y las aguas que reflejan llamaradas. Por la costa, que se extiende a lo largo de 30 kilómetros, verá pasar un desfile de casas y edificios, palacios y mansiones, hoteles y museos, y hasta la Fortaleza de Rumeli Hisar, un castillo construido a mediados del siglo XVI que hace parte de la rica colección de la ciudad.
La noche cae y las luces se encienden para despertar a la bella Estambul.
Clave: Barcos o yates ofrecen recorridos de hora y media o más. Algunos incluyen cena. En la parte asiática, los muelles son: Üsküdar y Kadıköy. En la europea: Eminönü (al sur del Puente Gálata), Karaköy y Beşiktaş (entre los dos puentes del Bósforo). Las naves que cruzan de un continente al otro tienen un precio de 1,5 liras, mientras que los barcos turísticos que recorren el Bósforo se consiguen desde 7,5 liras.
- Una cerveza turca o un té en la ventana
Una experiencia que no puede faltar es ver esta ciudad desde lo alto. Las oportunidades son muchas. La más popular es subir a la Torre Gálata, una antigua construcción que sirvió como fortaleza y que hoy cuenta con ascensores que van hasta el noveno piso (61 metros de altura). Ya arriba se tiene la mejor panorámica de la ciudad desde los balcones que rodean la torre y ofrecen una vista de 360 grados (y mucho viento); se puede ver: Beyoğlu, el Bósforo, el Mar de Mármara, el Cuerno de Oro y la Península Histórica. Sin duda, la más completa de Estambul (deberá hacer fila y pagar 25 liras. En la noche ofrecen un plan con cena, barra libre, espectáculo y baile por 65 euros).
Otra opción son las terrazas de hoteles y restaurantes que cuentan con buenas panorámicas que podrá disfrutar mientras come o bebe un delicioso té de manzana. Recomiendo, en Sultanahmet, la terraza del hotel Adamar o, muy cerca de Gálata, la del restaurante Sude Konak, opciones para los que no quieren hacer la fila y pagar.
- El arte de regatear
Buena parte de la vida de Estambul pasa por sus bazares y mercados. En ellos se despiertan todos los sentidos. Colores, olores, sabores, sonido y texturas invaden el espacio. El Gran Bazar y el de las Especias son los recomendados. En el segundo conseguirá condimentos, tés y frutos secos con los que se llevará algo del sabor de esta ciudad. Y en el Gran Bazar encontrará productos artesanales y típicos, y también bolsos, ropa y accesorios. La clave es regatear sin miedo, es parte de la magia y del encanto de estos bazares. Al final, pagará lo justo y, seguramente, se hará a una linda lámpara de vitral, a un ornamentado juego de té o a una hermosa joya. No olvide traer carteritas turcas, llaveros y pulseras con los típicos ojitos turcos. A la hora de las compras también esta Taksim, el distrito comercial, turístico y de ocio conocido por sus restaurantes, tiendas y hoteles.
Clave: Con el cambio actual de la lira turca (6 liras por un dólar) le irá muy bien y le rendirá el dinero para hacer buenas las compras.
- Un palacio para dimensionar sus riquezas
Dolmabahce, Topkapi o Beylerbeyi, por mencionar solo tres palacios. Visitarlos es adentrarse en la vida de los sultanes del periodo otomano. Topkapi fue centro administrativo de ese imperio y en su interior guarda casas, pórticos, patios y talleres que relatan la vida del Sultán Mehmed el Conquistador. A partir de los objetos y el mobiliario se hará una idea de cómo vivían. Estambul (desde Constantinopla) ha sido punto importante para el comercio, la economía y la cultura. No en vano allí comienza la Ruta de la Seda y con ella las riquezas y joyas, telas y alimentos que circularon entre China, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. Muchos tesoros aún se conservan en estos palacios y museos. Muebles, decoración y obras arquitectónicas hablan del poder que se ha vivido en estas tierras.
- Escuchar uno de los rezos
Cinco veces al día escuchará las oraciones que ofrecen los musulmanes a Dios y que invitan a visitar las mezquitas. Desde los muchos minaretes de la ciudad brota de sus altoparlantes el salat (rezo ritual), en las voces de los musalli (persona que realiza el salat). Seguramente mientras recorre Sultanahmet, el barrio más tradicional, los escuchará. Deténgase, son solo unos minutos, y aunque no entienda el idioma, escuche cómo entre el musalli de la mezquita Azul y el de los minaretes del Aya Sophia intercambian versos para recordar a Dios con humildad y sinceridad. Es un momento muy especial y de reverencia para la religión islámica.
- Una foto con el rey del Instagram: #saltbae
No es un reto fácil, pero sí divertido. En Estambul quedan dos de los restaurantes de la cadena de Nusret, el chef carnicero más famoso de las redes sociales, que ha elevado la parrilla turca a uno de los peldaños más altos de la gastronomía mundial. Vale la pena reservar o por lo menos darse una pasada por allí, y seguramente logrará tomarse una foto con este hombre de 36 años, nacido en Paşalı (Turquía), que cuenta con una interesante historia de superación y que es llamado #saltbae por su original estilo de salar los cortes de carne con los que él hace de su oficio un espectáculo.
- Muchos bocados, mucho sabor
Parte importante de la vivencia en Estambul es la comida. Las opciones son infinitas y hay para todos los gustos. Es muy fácil encontrar buenos restaurantes con comida turca, y los precios son muy convenientes. Es clave ir a un restaurante típico y tener una cena con tabule, tahine, albóndigas turcas, sopa de lentejas rojas, mezes (aperitivos)y dolmas (una hoja de parra rellenas), de yogur o de trigo, kibes, especias, verduras frescas, carne de res o cordero y pollo asados.
Imposible marcharse sin probar los baklavas o pasteles de hojaldre con nueces, pistachos u otros frutos secos y jarabe de miel. Este es uno de los postres turcos más tradicionales y existe una gran variedad de ellos
Y todo con té turco, café o raki (un licor parecido al anís que suele tomarse después de las cenas o para acompañar los mezes).